Sin ella
Ella vino y le dijo en la cara, sin miramientos: “No tienes más invitaciones. Se agotaron para ti. Ya no podrás estar conmigo. Así que adiós”.
A decir verdad se conocían desde la infancia y habían compartido algunos momentos, pero efímeros, lúdicos, tiernos como cachorritos. No podría decirse que, en ese entonces, alguien lo notara. Lo importante empezó a los dieciséis. Ya había superado las incomodidades de la adolescencia, de formar una pareja medio idiota de besos escondidos y pocas palabras, de no saber lo que uno quiere y quererlo ya. El futuro se presentaba verde y fresco.
En algún momento de aquel verano, entre libros y canciones heredadas de los primos, ella apareció. Primero le generó cosquilleos en la panza, luego en el corazón. La cabeza fue lo último en reaccionar.
Al principio se presentaba por las tardes, en público. Eran un clásico los domingos en la plaza, con mates de por medio, la gente del cole, la guitarra. Y el canto, el canto limpio antes de que el call center le hiciera estragos en las cuerdas y el nódulo se instalara para siempre. Pero eso pasó muchos años después. En esos instantes sólo estaban la viola, la voz clara, el ocasional y amateur cigarrillo.
Pero luego ella empezó a colarse por las noches, cuando los ruidos dejaban de salir de la televisión y se escrituraban, se dibujaban, se pintaban o se leían. Vívían en un universo aislado de estrellas que iluminaban más fuerte. Aparecía casi siempre a medianoche y mientras la esperaba, los dedos de las manos y sus ojos y sus sienes latían como 30 indígenas bailando un son montuno en los oídos. Inevitablemente sobrevenían las madrugadas de ingenio, de palabras inventadas, de placer neurocordistante y de tributo a las pequeñas muertes.
Así pasaron algunos años. Y, como suele suceder, los tiempos mejores quedaron en esas manías juveniles. Sabía que no podía convocarla todas las noches; la facultad era un proyecto nuevo y había que prestarle atención. Ésas fueron las primeras vacaciones sin ella. En Santa Rosa de Calamuchita había mucho río, mucho fernet o cerveza, mucha carpa y mucha noche artificial como para entumecerse un poco, y olvidar.
Luego llegó el trabajo, porque el estudio no pagaba los gustos que quería darse y darle a ella. Le compró lindos y nuevos juguetes para que hiciera lo que se le antojara, pero ya no era lo mismo.
El nódulo le cambió la vida de un momento doloroso para el otro. Dudaba que las cosas volvieran a ser como antes. Pero le puso ganas y con el tiempo le ofrecieron la famosa indemnización. Todos exclamaban que había sido una histórica victoria, dado que muy pocas personas habían obtenido el beneficio monetario ante el mismo problema. Pero ahí estaba la cuestión: “¿Ahora todo se reducía a ver cuánto metálico podías succionarle a una aseguradora?”.
6 comentarios:
No, no vale, ya te comenté allá, acá también tengo que comentar?
:P
Te repito, entonces, me gustó. Y mucho.
Jajajaja, siempre al pie del cañón bloguero vos, Rub!
Gracias che. De nuevo :D
Parece no ser el caso de su inspiración. Muy bien, aplausos.
Pregunto lo mismo que la Rubia... ¿Aca también tengo que comentariar?
... ¿Si? ¿De veras?... ¡Genial! ¡Tierno! ¡Ea! ¡Ea! :D ¡ABRAZOTES!
Mencantó :D
De última, prestale un poquito de inspiración a ese pobre ser, total se nota que a vos te sobra ;)
¿Viste que lo convencimos a UnSer de que agrande la letra? Una victoria más del pueblo.
Mariano; chagracia' don, los aplausos están de más :D
Profe: Mi casa es su casa, pase y deje su impronta cuando quiera. La próxima tráigame peperina pa'l mate que me quede sin! Un abrazo primaveral
Nick: Gracias a vos también! Y seeee, pasé por lo de Unser y lo ví! Y bueh, al menos eso de que "El Pueblo, Unido..." aún funciona entre bloggers jajajaa, saludos y espero tu regreso!!
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