Hay una casa de vidrio azul trasparente, al borde de un precipicio. Yo me acerco y golpeo despacito: no es de vidrio, es de plástico irrompible azul. Adentro duermen el alba los de la vida cómoda, vos ingeniero, la familia contenta en una camioneta. Sonríen, prueban a ver si funciona. EN mi interior, sé que si me animo, entro sin problemas, pero no tengo ganas por el momento.
Miro desde afuera, y mientras observo amanece. Estoy apenas vestida, como si me hubieran arrancado de la cama. Encuentro ese pantalón de siempre tirado por ahí. Al otro lado de la casa hay un río manso, pero que cae al precipicio también. Asombra que no haya nada de corriente o ruido, ni siquiera cuando se precipita al vacío. Allá abajo, el paisaje más hermoso que te puedas imaginar. Yo pienso en las cercanías del Cañon del Colca, vos tal vez pienses otra cosa.
Por encima del río manso pasa un helicóptero. Alguien tuvo un accidente y pide ayuda parado en medio del agua, que apenas le tapa los tobillos, a pesar de parecer profundo, muy profundo. Lo encamillan y se lo llevan. Yo me acerco a ver qué sucede del otro lado del lecho.
Ya estuve ahí, de hecho estuve anoche ahí. De un lado la Universidad, el edificio viejo, el Hospital que aún no sé si es el de Niños, o el Borda, o qué. En un costado los buscas de siempre, celebrando, bailando a la luz de un fogón, sentados, fumando, volando. Otros tocan percusión, todos escuchan. En otro lado están los que no tienen donde ir, o tal vez son los mismos. Duermen acurrucados contra la pared del efidicio, esa que nadie ve, la que encontrás cuando das toda una vuelta que, casi nunca, te animás a dar. Ahí mismo están también los que buscan ropa, los que la cambian, la trocan e intercambian entre sí. Pero esto último es lo que veo cuando se hace de día, cuando vuelvo.
Más allá, en otro extremo, sigo escuchando voces, gritos, aplausos y tambores. Ya es de mañana, el cielo es de un celeste irritante y todavía hace frío. Aquí han seguido toda la noche y todo el día. Estás vos, y ella también, no sé que hacen en el mismo lugar. Creo que ella está sorprendida. En realidad son muchos, algunos sobre un ring improvisado, otros entre el público. Improvisan y no, porque todo están vestidos exactamente iguales. La nariz roja resalta sobre la camiseta gris, y el verde pasto, verde loro. Quieren que suba, que me pinte o que me vista pero digo que estoy de paso.
Y vuelvo despacito hacia la casa de plástico azul.
Miro desde afuera, y mientras observo amanece. Estoy apenas vestida, como si me hubieran arrancado de la cama. Encuentro ese pantalón de siempre tirado por ahí. Al otro lado de la casa hay un río manso, pero que cae al precipicio también. Asombra que no haya nada de corriente o ruido, ni siquiera cuando se precipita al vacío. Allá abajo, el paisaje más hermoso que te puedas imaginar. Yo pienso en las cercanías del Cañon del Colca, vos tal vez pienses otra cosa.
Por encima del río manso pasa un helicóptero. Alguien tuvo un accidente y pide ayuda parado en medio del agua, que apenas le tapa los tobillos, a pesar de parecer profundo, muy profundo. Lo encamillan y se lo llevan. Yo me acerco a ver qué sucede del otro lado del lecho.
Ya estuve ahí, de hecho estuve anoche ahí. De un lado la Universidad, el edificio viejo, el Hospital que aún no sé si es el de Niños, o el Borda, o qué. En un costado los buscas de siempre, celebrando, bailando a la luz de un fogón, sentados, fumando, volando. Otros tocan percusión, todos escuchan. En otro lado están los que no tienen donde ir, o tal vez son los mismos. Duermen acurrucados contra la pared del efidicio, esa que nadie ve, la que encontrás cuando das toda una vuelta que, casi nunca, te animás a dar. Ahí mismo están también los que buscan ropa, los que la cambian, la trocan e intercambian entre sí. Pero esto último es lo que veo cuando se hace de día, cuando vuelvo.
Más allá, en otro extremo, sigo escuchando voces, gritos, aplausos y tambores. Ya es de mañana, el cielo es de un celeste irritante y todavía hace frío. Aquí han seguido toda la noche y todo el día. Estás vos, y ella también, no sé que hacen en el mismo lugar. Creo que ella está sorprendida. En realidad son muchos, algunos sobre un ring improvisado, otros entre el público. Improvisan y no, porque todo están vestidos exactamente iguales. La nariz roja resalta sobre la camiseta gris, y el verde pasto, verde loro. Quieren que suba, que me pinte o que me vista pero digo que estoy de paso.
Y vuelvo despacito hacia la casa de plástico azul.
Ahora necesitaría la ayuda de Igor, que me diga qué número vendría a ser éste. Y donde y cuando lo soñé :)
3 comentarios:
El nùmero es el 50.
Claramente, estàs por cumplir 50.
(nunca acertè un prostituto nùmero, aclaro)
Saludos
Pero el 50 es el pan.
Soñé con pan?
"Estás vos, y ella también, no sé que hacen en el mismo lugar." No hay número para los celos, creo. Sí para el agua y el arroyo: 01 y 09. O 73, el hospital.
Muy buen material. Una alegría que vuelva al ruedo. Abrazo!
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