Realizando mi tour diario por los blogs vecinos me topé con éste, donde su autora nos pregunta a sus lectores cuales creen son los mejores lugares y/o situaciones para leer un libro con el mínimo de concentración que lo interné y demases cuchicosas nos han dejado en la sesera.
En particular, siendo una maniática de la lectura desde que tengo memoria, nunca tuve mayores problemas para leer en ningún lado. El preferido sigue siendo, por lejos, mi cama, de noche, y un paquete de pipas que me acompañe (especialmente con El Nombre de la Rosa, que no me canso de visitar una y otra vez).
El lugar que siempre envidié fue el que tenía Jo; un altillo para ella sola, donde podía comer manzanas mientras lloraba sobre las páginas de “El heredero de los Radclyffe”.
Alguna vez intenté leer subida a un damasco. Pero las hormigas y el crujir dudoso de las ramas me hizo desistir de la idea con el tiempo.
Para los afortunados que aún tengan sus abuelos/as vivos, les aseguro que ése viejo sillón retapizado que la nonna tiene desde que uds se acuerdan sirve holgadamente al propósito de la lectura placentera. Recomendación preliminar? Sacúdanlo un poco porque acumula polvillo. Lo placentero se va al carajo cuando el refugio de Ana Frank huele a tormenta del desierto.
Pero hubo una vez…
Hubo una vez, cuando mi altura apenas pasaba la bacha del baño, cuando tenía las neuronas nuevecitas y con ganas de absorber como esponjas… hubo una vez, digo, que después de almorzar los sábados y domingos al mediodía, mi mamá apilaba las sillas arriba de la mesa para pasar el trapo en la cocina.
Aclaremos que cuando digo “sillas”, me refiero a cuatro banquitos de cuerina marrón, y cuando digo “mesa”, a una de fórmica naranja con lugar para seis personas máximo.
La cosa es que cada vez que mi vieja se disponía a cumplir ese ritual, yo bajaba uno de los banquitos, me sentaba a la cabecera, me buscaba un libro X y leía. En una época se me había dado por La Biblia de los Niños, los tres tomos, lectura que recomendaría a cualquier purrete porque, mas allá de la creencia, cuando uno tiene 7 años, puede sumergirse en él como si fuera un fantástico libro de aventuras.
Dejando esa preferencia de lado, podía ser cualquier cosa. Normalmente eran cuentos para chicos… a veces se me daba por agarrar las Selecciones Reader’s Digest. Y a veces me ponía a dibujar, qué tanto, después de todo era una nena, y las nenas con fibritas Lumi Lumi en mano dibujan.
Les juro, no había cosa más linda. El libro sobre el reflejo anaranjado de la mesa, mamá cerquita armada con un palo de piso por si la lectura se ponía fea, y un silencio de gente que duerme la digestión. Y así yo leía mi historia, entre las columnas frías y metálicas de patas de silla, que simulaban largos y tranquilos pasillos desiertos, con la luz de la siesta inminente colándose por la ventana y un olor a mandarinas en el ambiente.
Nunca más probé subir las sillas sobre la mesa. Será que ya tengo altura para llegar, por ejemplo, a la bacha del baño, y que ahora mi cabeza no va a quedar encolumnada entre aquellos barrotes de luz, donde la concentración y el anhelo de estudiar otros mundos quedaban encerrados libremente, si es que algo así existe.
Será cuestión de probar el sábado que viene, después de los ravioles. Y comiendo mandarinas de postre.
En particular, siendo una maniática de la lectura desde que tengo memoria, nunca tuve mayores problemas para leer en ningún lado. El preferido sigue siendo, por lejos, mi cama, de noche, y un paquete de pipas que me acompañe (especialmente con El Nombre de la Rosa, que no me canso de visitar una y otra vez).
El lugar que siempre envidié fue el que tenía Jo; un altillo para ella sola, donde podía comer manzanas mientras lloraba sobre las páginas de “El heredero de los Radclyffe”.
Alguna vez intenté leer subida a un damasco. Pero las hormigas y el crujir dudoso de las ramas me hizo desistir de la idea con el tiempo.
Para los afortunados que aún tengan sus abuelos/as vivos, les aseguro que ése viejo sillón retapizado que la nonna tiene desde que uds se acuerdan sirve holgadamente al propósito de la lectura placentera. Recomendación preliminar? Sacúdanlo un poco porque acumula polvillo. Lo placentero se va al carajo cuando el refugio de Ana Frank huele a tormenta del desierto.
Pero hubo una vez…
Hubo una vez, cuando mi altura apenas pasaba la bacha del baño, cuando tenía las neuronas nuevecitas y con ganas de absorber como esponjas… hubo una vez, digo, que después de almorzar los sábados y domingos al mediodía, mi mamá apilaba las sillas arriba de la mesa para pasar el trapo en la cocina.
Aclaremos que cuando digo “sillas”, me refiero a cuatro banquitos de cuerina marrón, y cuando digo “mesa”, a una de fórmica naranja con lugar para seis personas máximo.
La cosa es que cada vez que mi vieja se disponía a cumplir ese ritual, yo bajaba uno de los banquitos, me sentaba a la cabecera, me buscaba un libro X y leía. En una época se me había dado por La Biblia de los Niños, los tres tomos, lectura que recomendaría a cualquier purrete porque, mas allá de la creencia, cuando uno tiene 7 años, puede sumergirse en él como si fuera un fantástico libro de aventuras.
Dejando esa preferencia de lado, podía ser cualquier cosa. Normalmente eran cuentos para chicos… a veces se me daba por agarrar las Selecciones Reader’s Digest. Y a veces me ponía a dibujar, qué tanto, después de todo era una nena, y las nenas con fibritas Lumi Lumi en mano dibujan.
Les juro, no había cosa más linda. El libro sobre el reflejo anaranjado de la mesa, mamá cerquita armada con un palo de piso por si la lectura se ponía fea, y un silencio de gente que duerme la digestión. Y así yo leía mi historia, entre las columnas frías y metálicas de patas de silla, que simulaban largos y tranquilos pasillos desiertos, con la luz de la siesta inminente colándose por la ventana y un olor a mandarinas en el ambiente.
Nunca más probé subir las sillas sobre la mesa. Será que ya tengo altura para llegar, por ejemplo, a la bacha del baño, y que ahora mi cabeza no va a quedar encolumnada entre aquellos barrotes de luz, donde la concentración y el anhelo de estudiar otros mundos quedaban encerrados libremente, si es que algo así existe.
Será cuestión de probar el sábado que viene, después de los ravioles. Y comiendo mandarinas de postre.
16 comentarios:
nunca tuve un altillo, pero siempre siempre un sofá para leer estirada comiendo manzanas, y ahora fumando
¡Muy interesante! Sin importar el lugar siempre leer me ha permitido transportarme en verdaderos viajes en los que las letras ajenas me han llevado... y yo a gusto me he dejado llevar ;)
¡Abrazotes!
¡Qué lindo, Lale!
Yo leo en cualquier parte.
Recuerdo la vez que nos cambiamos de casa. Debo haber tenido 12 ó 13 años. Para mi satisfacción, los antiguos ocupantes habían dejado PILAS de libros y revistas viejas.
Así conocí "Mujercitas".
También mi sueño (yo esto, yo lo otro) sigue siendo un altillo, aunque lo fantaseo mezcla de mangrullo con jardín de invierno, como una torre donde entre mucha luz natural para leer. De pibe leía tirado en el piso (en la alfombra en invierno, en el mosaico en verano); recuerdo haber agarrado "Desde el Jardín" cuando el resto empezaba la siesta, y terminarlo cuando ya se levantaban.
Otro sitio placentero era (es) el sillón hamaca. Y otro muy usual fue el transporte público. Así me pasaba de estación, claro. Esa práctica la abandoné aquél 11 de setiembre, cuando todos se me alejaban en el subte por ir leyendo El Corán. De más está decir que yo (estoyolootro) no sabía que acabara de pasar lo de las Gemelas.
Coincido con todos que cualquier lugar es bueno para leer. Y con Unser y Gaa que los altillos-mangrullos-jardines de invierno son fenomenales.
Hablando de "yo esto, yo lo otro"... qué es de la vida del señor "yo esto, yo lo otro"? ya ni comentar puedo.
¡Gracias por pasar! Y buen finde!
En mi caso, no es tanto el lugar sino el ambiente. Necesito que haya silencio para que la lectura sea placentera. Eso sí, si ya queremos hablar de una experiencia premium, yo diría que leer con lluvia es lo más.
Y ahora que recuerdo, leer con el sonido del viento azotando las hojas secas de los bananeros de casa es placentero por sí mismo.
Sí, es cierto, Lale.
No hay nuevas entradas, no hay comentarismo; ni siquiera hay un correo para garabatearlo en privado.
¿Nos habrá mandado a la eme con delicadeza?
Anai, sabés que a mí me parece que si?
Incluso, el último post es hasta seriecito... y lo que dice parece ser un gran dedo del medio a todos los que pasamos a comentarle su casa.
O capaz se fue de viaje y quiso cerrar bien.
acuérdense que cada tanto le da por mandar el blog al demonio. por ahora cerró los comentarios. hace unos días (yo esto, yo lo otro) le dejé un mensaje en el blog de Otto... pero ná. ya volverá (espero).
también podríamos hacer campaña en YCEM ;)
Aunque ahora que recién entro veo que me han desviado la conversación, quiero decir que leer entradas como la actual, aún a través de una pantalla, es muy agradable también.
Gaa: Crucemos los dedos. Igual, creo que es nuesto deber cívico transmitir nuestra preocupación a don P.- A ver qué se le ocurre.
gsNicolas: sí, nos fuimos de tema, pasa que es algo bastante preocupante en el mungo bloguerístico (¿?)- Gracias! Cual es tu mejor lugar?
Tengo varios. La cama, el sofá, la playa, las bibliotecas si tengo que estudiar, son buenos lugares, pero más que nada me gusta leer al sol rodeado de verde, en una reposera o directamente tirado en el pasto.
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