miércoles, 31 de marzo de 2010

Ico Manco – Chapter 5 – Échale la culpa a Zulemita


-¿Por qué tan contento Casio? ¿Las chicas te despertaron hoy cantando una canción nueva? (*1)

-Nada de eso. No estoy contento por nada en particular. Estoy contento porque estoy contento. Creo que estoy contento por la contentura en mi interior. Y como nadie puede sacarla de ahí, creo que mi contentura es libre e independiente; la contentura misma.


Tal despliegue de filosofía zen hubiera atolondrado las neuronas del caballo, excitándolas al nivel rojo, es decir, a la categoría DEBATE ó POLÉMICA EN EL BAR. Nada más lejano, sin embargo. Ico quedó como extasiado, pero no en un éxtasis de arpista (*2). Directamente quedó con cara de bobo y tres cucharadas de chichicuilote pálido.


La razón de la mueca no era ni surmenage ni súbita iluminación. El desencadenante de todo eso se desarrollaba a unos 100 metros: Zulemita Tramontina, la yegua del Dr. Finkelmann, había llegado al establo de Ico. Y claro, se imaginarán que caballos monjes hay pocos y la historia no transcurre en un convento.


Así es que 2,35 + 2,35 es 4,70, y este ídolo de masas se nos enamoró. Ahora bien, el fanático ferviente de esta saga, y que ya conoce la línea general de los capítulos, ya estará pensando que quien escribe estas letras tiene un cactus seco en el pecho. ¿Es enamorarse un defecto? ¡No! ¡Por supuesto que no! Lo digno de ser contado aquí son los intentos desplegados por Ico para llamar la atención de su amada. ¡Incluso pretendió ser hombre!


Veamos; intento 1: No sólo afinó su instrumento, sino que también lo tocó. Y, para esta ocasión, se aprendió una balada de Ricardo Arjona. Eligió a este artista porque, según oyó una vez en una conversación entre jinetes, “a sus recitales concurre cada yegua…”. Caballo con oído atento, anda con ventaja, dice el dicho.


Respuesta: La nada misma.


Intento 2: Una noche en la que los grillos cantaban y los murciélagos danzaban en la ciega noche, Ico esperó a que pasara la Zule. Cuando quedaron frente a frente, Ico extendió su boca dibujando la sonrisa más grande que un caballo haya alguna vez mostrado. Y desde el hueco mismo de su dentadura, lenta y tímidamente, fue saliendo una margarita (Ico practicó este truco durante dos horas, hasta que se le acalambró la lengua).


Respuesta: “¡Santo cielo, nunca había visto un fenómeno tan desagradable!”


Si bien Ico nunca se caracterizó por rendirse fácilmente, se vio bastante desmoralizado, simplemente porque no entendía la lógica tras las reacciones de la equina. Sencillamente no la comprendía.


Así es que decidió cortar por lo sano y hablar directamente con alguien calificado.


-A la yegua no le gusta el olor a caballo. Ya está lista para ser humana en su próxima encarnación, así es que ya no le atrae tu olor – sentenció la consejera espiritual de la yegua (un puddle, también propiedad de Mr. Finkelmann).


Frente a esto se constituyó el Intento 3: Ico dejóse bañar. No sólo una vez. ¡Dos veces! Y hasta se dejó poner perfume (Intento 4).


¿Cuál fue la respuesta a este intento desesperado de Ico? La nada misma. Como aquella misma nada que hay entre varios puntos. Miren: ……………..


Intento 5: Ico robóle sus gafas, un sombrerete y los zapatos a uno de los jinetes mientras este último, inocente, se bañaba. Quería parecerse lo más posible a un hombre.


La respuesta fue: Risas. Más hiriente que la nada misma.


Y así, con un 60 % de resignación y un 40% de agua, afirmó Ico frente a los oídos testigos de Casito (Casiopeíto es muy largo): “Caballo nací y, como mucho, Pegaso moriré”.


-Coincidimos amigo, – respondió el gato entre lamidas – uno puede pulirse, pero no torcer o negar su naturaleza.


Y, como en toda novela que se precie de tal, la Srita. Tramontina escuchó todo. Invéntense cómo, pero la cuestión es que la Zulema escuchó el diálogo entre Ico y Casiopeo (*3). Y sintió admiración. Y un deseo inconmensurable por Icarus (pueden leer AICARUS, para darle un toque anglosajón).


Pero ya era tarde. Ico se hallaba muy entretenido tocando un silbato polifónico que encajaba justo en su hendidura dental.


No era el momento para este amor.


Para cada cosa su tiempo. Quizás, en otra vida. Quién sabe.


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(*1) Por chicas entiéndase a las pulgas en el lomo de Casiopeo. La cuerda de sopranos, más específicamente. Si no se entiende, leer el capítulo 4.


(*2) Si no se entiende, leer el capítulo 1.


(*3) La posibilidad de que Zulemita Tramontina sea clarividente, es una jugosa y entretenida posibilidad.

2 comentarios:

El Gaucho Santillán dijo...

Ah! que viva! Si era AICARUS, estonces salìa con el!

Era una Yegua de las "botineras", parece.

Muy bien escrito.

Un abrazo.

LALE dijo...

Yo banco a Casio a muerte!

Un gato y su carga social en el lomo no es poca cosa :D